El demonio de Faros
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En esta ocasión, Alix y Enak se encuentran en la Alejandría de Ptolomeo XII. Su hija, Cleopatra, la futura mítica reina de Egipto, todavía está sin coronar -en la segunda viñeta de la página "5" se dice que el faraón es su padre-, pero nuestros héroes son portadores de un mensaje de César para ella.
A buen seguro que los historiadores más escrupulosos tendrán que apostillar algo respecto a esta nueva incursión de Jacques Martin en el antiguo Egipto. Pero nadie podrá hacer el más mínimo reproche a ese afán de comprensión del pasado, que una vez más subyace en este otro gran maestro del cómic belga. Martin, además de no caer en el desatino de enjuiciar los días antiguos desde las perspectivas del presente -que no por se algo frecuente deja de ser tan desatinado como acusar a un sueco de ser un mal cubano-, dota a Alix de un espíritu mucho más próximo a la buena voluntad de nuestros días que al que debió inspirar en verdad a los jóvenes de su tiempo.
Después de los ocho álbumes de la colección que he podido leer -no demasiados por desgracia para una de las series más dilatadas de mi amado cómic belga-, este apunte sigue siendo el que más me llama la atención en las aventuras de Alix. Hay algo en esa divulgación de la antigüedad clásica de Martin -ya en manos de sus colaboradores, que aquí son Christophe Simon y Patrick Weber-, que me recuerda a la llevada a cabo por Robert Graves en sus novelas -Yo Claudio, Claudio, el dios, (ambas de 1934)-. Pero la buena disposición de Alix y Enak respecto a todos los lugares que visitan es digna heredera de la Hergé y el gran Tintín. No en vano, Martin fue uno de sus discípulos aventajados y Alix nació en la revista Tintín en 1948.
Bien es cierto que en realidad, el personaje es un galo esclavizado por los romanos -la suya fue una tribu mercenaria que combatió en Asiria junto a sus amos- que, una vez liberado, participa de la aventura del imperio. Pero que distinta es la actitud de Alix de la Astérix y Obélix, dos auténticos aldeanos, que se lían a mamporros con cuanto no comprenden.
Por lo demás, la historia contada en El demonio del Faros da comienzo cuando una nave fenicia, que navega en la costa egipcia, encalla en las rocas próximas al puerto de Alejandría cuando el faro de la ciudad deja de alumbrar. Huelga apuntar que éste no es otro que el de la isla de Faros, el que habría de dar nombre a sus pares futuros. Alix y Enak, que a la espera de entrar en contacto con Cleopatra se encuentra en la no menos mítica biblioteca de Alejandría estudiando arquitectura del faro con el maestro Cristiene, no tardarán en verse involucrados en una intriga tramada por Nikanor, el gobernador de la isla de Faros, y el maestro del faro propiamente dicho. Si aquél quiere hacerse con el poder en todo Egipto en base a la decadencia de la dinastía de los Ptolomeo y una antigua ley de Alejandría, que dice que quien alumbre a la civilización gobernará en el país entero, el maestro del faro busca enriquecerse con las mercancías de los barcos que los apagones hacen encallar.
Será con motivo de una fiesta celebrada en honor de Poseidón, en la que Nikanor pretende descubrir una estatua suya coronando el faro en sustitución de la Ptolomeo, cuando los felones intenten acceder al poder mediante aclamación popular. Pero Alix y Enak se encargarán de que no sea así.
"Tu corazón es puro", asegurará Cleopatra a nuestro héroe ya en la despedida. Quiero creer que estas palabras, las mismas que uno de los lamas dedica al Mejor periodista del mundo en Tintín en el Tíbet (1960), son un homenaje al gran Hergé. Lo que sí que tengo claro es lo didáctica que puede llegar a ser esta lectura, que incluso se detiene en el lgendario cosmopolitismo de la ciudad. Lástima que me haya sido dada en francés. Pero cuando compré el álbum, esas nuevas y encomiables traducciones de Alix puestas en marcha por la editorial NetCom2 -una de cuyas páginas acompaña estas palabras- me eran desconocidas.
Publicado el 30 de marzo de 2012 a las 06:30.